#CoberturaCassini The Kooks en el Teatro Metropolitan: La adolescencia dejó de ser una tentación

Texto por Ernesto Cruz.
Fotos cortesía de Ocesa.

Desde hace mucho hago esfuerzos considerables por vivir sin ningún tipo de expectativas. Ya saben; por miedo a las decepciones o en el afán de aferrarme al efecto sorpresa. A veces sale bien y en otras resulta que te encuentras a tu mejor amigx besándose con la persona que te gusta; pero bueno, no nos desviemos.

Hablando de lo que nos truje, debo ser honesto, para la presentación de The Kooks en el Teatro Metropolitan forcé esa consigna de andar sin expectativas porque la otra opción era ir a la espera de un espectáculo soso y predecible. Y no me malinterpreten, nada en contra de Luke Pritchard y compañía, cualquier banda que se pueda sostener más de diez años con cierto nivel de éxito merece el respeto de todos en esta industria tan volátil.

Lo que sí, es que esos proyectos que como ya decimos -entre broma y no- «pagan predial» en nuestro país debido a las frecuentes presentaciones en periodos consecutivos y sin ofrecer material nuevo, resultan cada vez menos atractivos para aquellas personas que no pertenecemos a su fan base más arraigada. 

Fotos cortesía de Ocesa.

Lo que me encontré fue un espíritu juvenil que parece inquebrantable, tanto de los que estaban sobre el escenario, como de los que estábamos en las butacas. Empecemos por el público: si consideramos que los primeros fans de la banda atravesaban la pubertad cuando publicaron Inside In / Inside Out (2006) es probable que muchos de ellos ya se acerquen a sus treintas.

Premisa que se comprobó con todos los asistentes en look empresarial, pero con Vans y skinny jeans en el corazón. También había presencia de un sector que jamás imaginé que vería: adolescentes de cuerpo, alma y edad. Muchachxs menores de edad acompañadxs de sus madres y padres.

Lo que solo puede significar una cosa: The Kooks lo ha hecho bien. Su propuesta sigue vigente para nuevas generaciones de gente a la espera de sus primeros amores y sus primeras cervezas. 

Y por otro lado está la banda: impecable, sólida y enérgica. Beneficiados por un set relativamente corto (menos de noventa minutos), Luke Pritchard, Hugh Harris y Alexis Nuñez mantuvieron un ritmo homogéneo que se valió de puros hits para mantener enganchado a todo el recinto.

Los arreglos musicales más significativos en este tour podemos percibirlos en las guitarras sucias, potentes y en clave de Rock, en el sentido dominante del adjetivo.

Fotos cortesía de Ocesa.

La voz y el encanto de Pritchard están intactos, es algo a rescatar, porque la mayoría de los otros frontman de su generación no pueden presumir de lo mismo.

El setlist tocado en serie y sin descansos ni discursos prolongados, abarcó toda su discografía, aunque el álbum festejado fue el priorizado, pudimos escuchar temas de Konk (2008), Junk Of The Heart (2011), Listen y Let’s Go Sunshine (2018).

Así se nos fue la noche, que sin ser tan larga para dejarnos las secuelas típicas del desvelo, fue lo suficientemente duradera para encontrarnos a todos en el mismo lugar: los 17.

Para unos, vistos en retrospectiva como un acto de nostalgia, para otros, su presente. 

Ya decía Violeta Parra:

«Volver a los diecisiete

después de vivir un siglo,

es como descifrar signos

sin ser sabio competente.

Volver a ser, de repente,

tan frágil como un segundo.

Volver a sentir profundo,

como un niño frente a Dios».