Beach House en Guadalajara: Lo único infinito son las estrellas

Texto por Andrés Cassini (@andrescassini_).
Fotos por Christian Ferenc (@ferencmx).

Recuerdo muy claro cuando en junio anunciaron esta gira; se me soltaron un par de lágrimas y me temblaron las manos. Por fin tendríamos una gira completa de Beach House, tocando en MTY y GDL además de la CDMX. Esto ya era enorme.

Recuerdo también cómo muchos amigos hablaban del concierto y contaban que ya habían comprado sus boletos con muchísima anticipación. Pero lo que más recuerdo es cómo uno de ellos me dijo explícitamente: «Este será el primer concierto histórico en GDL que vas a vivir».

Porque todos recuerdan esos shows de Radiohead, Iron Maiden, Depeche Mode; shows que se ganaron la marca de «históricos» por lo raro del acontecimiento o lo especial que resultó el mismo espectáculo. Pero a mis 21 años aún no metía uno de esos conciertos en mi listado escrito en la app de bloc de notas. El primero sería Beach House. Qué grande para empezar, ¿no?

Ya he dicho que la experiencia de un concierto comienza desde el anuncio de éste hasta días posteriores en lo que baja la euforia y las emociones. Con Beach House, el principio no fue ajeno. Su primera llegada a GDL me replanteó volver a escuchar la discografía con la que tanto me enamoré desde hace algunos años.

Recordé cuando los descubrí y escuchaba sus canciones andando en la bici durante la noche, o poniéndoselas a los amigos cuando estábamos platicando; o hasta dedicándolas a los crush y parejas. Recordé cómo me enamoré de su música tan perdidamente y el sentimiento se sintió tan realista como la primera vez.

También me puse hasta a leer reseñas y tratar de comprender la razón de porqué Pitchfork o Stereogum los catalogaban como una de las mejores bandas de dream-pop de todos los tiempos, porque como fan me encantan, pero habría que saberlo también de fuentes expertas con más desarrollo crítico.

Allí comprendí que no solo era yo el que veía a este dúo como algo mágico, si no también miles de periodistas alrededor del mundo, y millones de personas que escuchaban cada canción y le daban un significado particular. Porque las letras son bastas, pero el mensaje en ellas es muy accesible y adaptable.

Entonces se llegó el día; un día que esperé durante tanto tiempo. Recuerdo cómo imaginaba la noche del concierto cada vez que los escuchaba en el trabajo o la escuela, todo cobraba color y luz, porque por fin era tangible, y esos recuerdos me ayudaron a llegar a este día.

Como fan podría resumir este texto en decir que fue un concierto brutal y ya, pero quise verlo con una mirada más analítica, solo que dejándome llevar, porque un show de Beach House obliga a dejarte llevar por la corriente sonora que generan los tres entes sobre el escenario.

Llamada cósmica

Creo que no hubiera sido lo mismo ver a Beach House a unos 30°. La ocasión de prestaba para un clima frío y ventoso. Todos con una chamarrita o gabardina encima para completar el outfit. Los adornos de Día de Muertos le daban un toque más pintoresco al Diana que ya de por sí brilla de colores por sí mismo.

Ya en los asientos, noté a muchxs platicando y en un ambiente de calidez por las canciones previas al concierto. Nada alusivas y que para nada nos preparaban para todas las emociones que iban a salir de nuestros poros.

Pero una vez empezó el show y las primeras notas de ‘Once Twice Melody‘ dieron inicio, todos guardaron silencio y postraron su mirada al dúo de Baltimore. Beach House aparecía desde el cosmos hasta GDL con una presencia excepcional.

Conexión desde otra dimensión

En la parafernalia, nada ostentoso. Tres entes sobre el escenario, una tela blanca detrás de ellos y un par de luces de distintos colores. Nada más. Lo curioso es que cada quien estaba haciendo lo suyo y rara vez ejerciendo comunicación en palabras. ¿Por qué? Quizá porque es un concierto y no vienen a platicar, pero lo interpreté de otra manera.

Al ser música puramente contemplativa, el concierto se prestaba para serlo igualmente. Los únicos que hablarían serían los tres sobre el escenario: Alex, Victoria y su baterista James. Tres siluetas que se movían poco pero transmitían muchísimo.

Las luces no se encendieron en gran parte del show; el misticismo y la mirada a lo cósmico se esparcían en mi cabeza conforme el tridente avanzaba en su repertorio. Las voces y los instrumentos entraban de manera directa a nuestra cabeza obligando a una concentración increíble, pero dejándonos llevar.

Las notas y las voces nos mantenían flotando en un mar cósmico dentro de nuestra propia mente. Nosotros como audiencia no tuvimos que poner resistencia o esfuerzo. Solitos nos movíamos a través de nuestro imaginario propio gracias a las tenues ondas sonoras de la banda.

Beach House nos entiende, y nos conoce tan bien que parece que nos dijo «solo relájate, sé que has pasado por mucho tú solo y necesitas descansar». Un ligero respiro que significa un puente entre la adversidad y la calma. La música nos salva de muchas maneras, y estoy seguro que Beach House nos ha salvado en muchas oportunidades.

Observadores de estrellas

A través de canciones del Once Twice Melody (2022), 7 (2017), Depression Cherry (2015) y muchos otros, Beach House no se salió de nuestra cabeza ni un solo segundo. Realmente no viajamos a ningún lado. Ellos se encargaron de llevarnos las estrellas directamente a nuestras cabezas.

Mientras nos llevaban entre sus finas notas musicales a través de nuestro cosmos imaginario, nos mostraban las estrellas, esas que en ocasiones no alcanzamos a ver, vemos difusas o que directamente ya murieron. Era momento de recordar todas esas estrellas que le dan luz a nuestro existir, «recuerdos» les llaman.

Catarsis mental completamente. Y más porque todos nos dejamos llevar. Levitamos y nos hicimos uno con uno mismo de una manera increíble y tan especial que no puedo ni creerlo aún al día de hoy. Nos mostraban también estas estrellas durante todo el concierto en la pantalla detrás de ellos, y queríamos ser una de ellas.

Queda claro que Beach House no es de este planeta, y que su pasatiempo favorito es mirar estrellas, o recuerdos, como quieras llamarles; las estrellas que les dan más luz en su día a día, las que ya no están y las que están por nacer.

Y después de este concierto, todos nos convertimos en observadores de estrellas. Y creadores también.

Velocidad luz

Lo único que viaja a la velocidad de la luz son los recuerdos. Y Beach House lo sabe bien, tanto que durante todo el concierto nos recordó que tenemos nuestros recuerdos malos y buenos, ratos lindos y ratos amargos que han forjado nuestra imagen y carácter hasta el día de hoy.

No es cuestión de ignorarlos, si no de convivir con ellos y tratar de sobrellevarlos. Y no solo eso, también nuevos recuerdos nacen entre el cosmos y mantienen prendida su luz hasta que decidimos darles fin. En los momentos más difíciles, y los más fáciles también. Porque la vida va de recuerdos. Quiénes seríamos sin la memoria.

Beach House se encargó de que, durante hora y media, todos los presentes en el Diana viéramos nuestra propia fragilidad para romperla… y después juntar esos pedacitos de nosotros mismos y repararnos. Hubo quienes lloramos, otros tantos hasta brincaron y gritaron. Pero todos atónitos y callados. Sin nada que decir pero mucho en lo qué pensar.

Acercándose el final del show, ‘Myth‘ empezó a retumbar en nuestros oídos, e instintivamente sacamos nuestros celulares para prender el flash. Miré hacia atrás y era una imagen del espacio lleno de estrellas.

Ahí entendí que los recuerdos somos uno mismo. Nosotros los hacemos y nosotros nos reflejamos en ellos. Y no ha habido un mensaje tan hermoso en un concierto como el que me llevé de Beach House, porque lo único infinito son las estrellas.