El realismo mágico de Phoebe Bridgers: Música cubierta de narrativa
Un bosque cavernoso y oscuro que se asemeja un poco a la atmósfera lunar está iluminado por un reflector rojo; es escenario para una figura fantasmal, una joven con un traje de calavera, que mira a un cielo estrellado, abrumada por la enormidad a su alrededor. Es una cotidianeidad dentro de un escenario irreal, es la portada de Punisher (2020), el segundo álbum de estudio de Phoebe Bridgers, una pieza más dentro de un catálogo casi perfecto.
Su compañero más viejo, Stranger in the Alps (2017), de forma similar, plasma un momento en una vida alterado por un elemento ultra-terrenal en su portada. En este caso, una foto de lo que parece ser una niña en un jardín, está cubierta por un fantasma de sábana blanca que cambia el significado de todo, tiñe de melancolía lo que sería un recuerdo ameno de no ser por esa presencia.
La música de Phoebe Bridgers deja también esa sensación de suave embrujo, como que siempre hay algo a tus espaldas que te acecha, ya sea una tristeza debilitante o el enorme reconocimiento de que existes, está lista para asustarte y curiosamente para reconfortarte.
Corta pero larga vida
La californiana halló su lugar en la industria de la música hace relativamente pocos años. Con un interés musical desde corta edad, comenzó a tocar instrumentos desde los 13 años y poco a poco se abrió paso en la escena musical de Los Ángeles al llegar su adolescencia. Formó parte de bandas pequeñas como Einstein’s Dirty Secret y Sloppy Jane, pero hasta 2015 su carrera solista despegó con el lanzamiento de su EP Killer, con apoyo de Ryan Adams y su disquera PAX AM.
Años después y con ayuda de otros artistas como Tony Berg y Rob Moose, llegó Stranger in the Alps (2017), su primer álbum el cuál la puso dentro del radar de la crítica y le dio también un nombre dentro del indie. Sencillos como ‘Motion Sickness‘ y ‘Smoke Signals‘ le otorgaron reconocimiento que le permitió seguir expresando y creciendo en su arte.
Otros proyectos relevantes, como sus colaboraciones con otros artistas, también han sido celebrados por el público. En 2018 su EP boygenius (2018), con Lucy Dacus y Julien Baker exhibió una fórmula perfecta entre las tres exponentes del género.
Al año siguiente, la formación de su banda Better Oblivion Community Center, junto a Conor Oberst, y el álbum del mismo nombre que le siguió, no solo demostró una vez más el poder colaborativo de la artista, si no que también presentó una pauta para el asentamiento de su estilo y voz propia.
Fue en 2020, en medio de una pandemia desoladora y deprimente, cuando llegó Punisher (2020), el disco que le dio cuatro nominaciones a los Grammys y que además fusionó distintos géneros que ya habían sido explorados por la artista, pero es en este disco donde se permite subir a otro nivel.
Con este álbum sin duda se crea una atmósfera cálida auxiliada por el folk, pop, rock y hasta el emo, junto a líricas ingeniosas, pero sobre todo, profundamente sincero. Es una obra que llegó en un momento ideal para abrazarnos en el medio de la miseria y enseñarnos que sufrir es necesario e inevitable pero no es nuestro destino final.
Entre lo horrible y lo bello
Phoebe Bridgers es descrita por muchos como una artista triste, es ese adjetivo, a mi parecer simplista, el que engloba lo que compone a la compositora. Pero es mucho más que eso, desde los temas que aborda hasta la forma en que los expresa, se aprecia la sensibilidad y el talento que posee. Y sí, claro que su música es triste, pero discute lo que esa tristeza y tan intensos sentimientos pueden propiciar dentro de nosotros, más allá de este plano.
Existimos junto con Phoebe en un universo embrujado con orquestas y guitarras acústicas, percusiones y sintonías electrónicas, que otorgan a la música cualidades extraterrenales que no dejan de representar elementos cotidianos en los que nos reflejamos.
Sus canciones son poesías y narraciones, son relatos e historias, que alternan entre anécdotas mundanas de una existencia moderna y analogías de estados imaginarios y en sueños, que describen experiencias propias de la compositora a un nivel casi autobiográfico. La honestidad con la que relata sus vivencias y hasta traumas es admirable. Frecuentemente habla del fin del mundo y la alineación que esto causa sin perder la naturalidad que ayuda a conservar la calma.
Entre las influencias de Bridgers están Elliot Smith y Joan Didion y esto se nota en su trabajo. Su consciencia de sí misma y de su forma de cantar y enunciar las letras como narraciones, así como las imágenes vívidas y metáforas, es lo que es reminiscente a dichos artistas que también dejaron una marca en su época, así como Phoebe lo está logrando poco a poco.
Complejo de salvadora
Y ya sea que sintamos ganas de correr a través de un campo floreado y mirar a nuestro pasado con nostalgia mientras escuchamos ‘Scott Street‘, dejarnos llevar por el violín «corta venas» de ‘Savior Complex‘ que da ganas de hacerte bolita en un rincón de tu cuarto, o recordar un amor de sacrificios con ‘Moon Song‘, Phoebe Bridgers permea en lo más profundo de nuestro sentir. La exposición de los horrores de la vida diaria con aires de calma, característicos de la artista, son acompañantes a los traumas y aflicciones que acechan a nuestra generación.
Phoebe Bridgers no solo tiene una imagen distintiva con su cabello siempre decolorado y complexión fantasmagórica, si no que también ha construido un estilo y sonido interesante, que propician un ambiente para reconocer y realmente sentir nuestros pesares, sin hundirnos en ese estado ni perder la esperanza completamente.
Las melodías y sus letras con frecuencia duelen hasta los huesos, sin embargo es ese mismo dolor lo que nos acompaña en nuestro trauma propio y al final del día resulta liberador encontrarse con una artista cuya apertura sobre sus problemas personales y la valentía al hacerlo, provoque tanta paz.
Phoebe visitará México en noviembre, durante el tercer día del festival Corona Capital; es aquí donde dejará todo su corazón presentando su disco Punisher (2020).