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Spotify y la No-Música

IntraCassini es una sección donde nuestro equipo de redacción aborda un tema de interés propio con completa libertad, siendo un texto puramente opinativo, descubriendo el mundo de cada mente creativa.

La llegada del nuevo milenio trajo consigo muchos cambios en diversos aspectos de la vida diaria. La transición hacia la virtualidad estaba más presente que nunca, y el arte y su apreciación no podían permanecer ajenos a este fenómeno. 

Fue en el año 2000 que una plataforma comenzó a tomar fuerza en el internet y que sin deberla ni temerla, cambió la forma de escuchar y distribuir música: Napster. Para hablar a profundidad de la revolución que causó dicha plataforma, es necesario recordar la manera en la que funcionaba la industria musical. Especialmente, debe hablarse del modelo de distribución que empleaban los grandes sellos discográficos (majors), tales como Universal Music Group, Sony Music, Warner Media, entre otros. 

Antes, para que una persona pudiera tener un álbum de manera rápida y segura, tenía que acudir a una tienda especializada en venta de CDs. Para que dicha tienda poseyera estos discos compactos dependía en gran medida de las distribuidoras. Estas se encargaban de la fabricación, exportación e importación a gran escala del material musical. Por último, para que este material existiera, se sometía a los artistas a seguir calendarios específicos para la creación de sus obras artísticas. Dichas obras debían de estar listas con meses de antelación para poder salir al mercado en una fecha previamente establecida.

Napster

Ya con esto explicado, profundizaré en lo que llamaré Revolución Napster. Esta plataforma creada por Sean Parker tenía como objetivo dos simples cosas: compartir y descargar archivos MP3. Todo de manera masiva y gratuita por parte de los usuarios. Más allá de cuestiones técnicas, la simpleza de su interfaz facilitó dichos objetivos y terminó por democratizar la distribución musical a gran escala. 

Dicha democratización despertó alarmas en las llamadas majors. Gran parte de las ganancias de estas empresas provenían de la distribución, compra y venta de CDs, mercado evidentemente afectado debido a la Revolución Napster. Ya no era necesario poseer la obra de manera física para poder disfrutarla, bastaba con descargarla en internet. Y si bien es cierto que dicha revolución podría verse como una forma de piratería, es innegable que una nueva manera de consumo había llegado. Y esta cambiaría las reglas para siempre

Fue gracias a la Revolución Napster que un programador sueco de nombre Daniel Ek creó la solución para los grandes sellos a la mal llamada ‘piratería en la industria musical’: Spotify. Esta nueva plataforma tomó las bases de Napster y las tergiversó para beneficio de las majors. Estos le dieron el visto bueno e inclusive llegaron a acuerdos monetarios con la plataforma permitiéndole poseer el catálogo musical de miles de artistas a cambio de ciertas cuotas. Estas cuotas serían pagadas por los usuarios de Spotify. Por otro lado, las ganancias serían percibidas únicamente por los sellos discográficos sin tomar en cuenta a los artistas con los que lucraran. Lamentablemente, no existían regulaciones por parte de la ley que protegieran a los autores de las obras musicales.

Daniel Ek, CEO de Spotify

Fue así que Spotify comenzó con el dominio del streaming musical. En sus inicios, al no tener competidores, pudo establecer pautas que afectarían a sus usuarios de manera pasiva-agresiva. Como ejemplos, limitar la cantidad de canciones que podrían escuchar, bajar la calidad de sonido y meter publicidad aleatoria al escuchar música a menos que los usuarios pagaran la cuota mensual establecida. Estas pautas pertenecen al modelo de negocios conocido como freemium

Con el paso de los años, Spotify ha implementado diversas funciones que, aunque en primera instancia parecen buenas adiciones, basta explorarlas con detalle para comprender sus tácticas anti competitivas y anti artísticas. Uno de los ejemplos más claros se encuentran en las playlists creadas por la empresa tecnológica y el algoritmo que emplea para crearlas. Este algoritmo trabaja espiando los datos guardados en Spotify por la persona pero también la información almacenada en otras aplicaciones e inclusive en el mismo dispositivo, sea un teléfono, una computadora o hasta una consola de videojuegos. Sumado a eso, en dichas playlists, Spotify suele opacar a artistas independientes y prioriza la inclusión de músicos firmados por grandes sellos discográficos.

 Por si no fuera suficiente, el algoritmo estudia los patrones de escucha del usuario y con base en ello le recomienda música similar para mantenerlo siempre cautivado. Esto reduce su espectro musical y le mantiene en una zona de confort constante. Sin embargo, una de las peores aportaciones de Spotify a la manera en la que hoy se escucha música son los Top Tiers, puesto que reducen las obras musicales a simples números. Basan el éxito de las mismas en la cantidad de reproducciones con las que cuenta, dejando de lado la calidad y el concepto detrás. Ven a la música como algo desechable sin otro fin que no vaya más allá de acumular reproducciones. 

Spotify Playlists

Con lo anterior, no puedo dejar de pensar en el concepto de las No-Cosas. Según Byung-Chul Han, las No-Cosas son entidades que no poseen una forma física tangible. A diferencia de los objetos materiales tradicionales que vemos, tocamos y utilizamos, las No-Cosas se caracterizan por su inmaterialidad y por estar basadas en información, datos y procesos digitales. Para mí, Spotify como empresa ya no ve a la música como una manifestación artística, sino como una serie de datos con los que puede jugar a diestra y siniestra a costa de sus usuarios. Ahora es la No-Música

Para finalizar, en mi opinión, Spotify simboliza la transformación de la música en la era digital. Esta refleja las preocupaciones de Byung-Chul Han sobre las No-Cosas: entidades inmateriales que dominan nuestra realidad contemporánea.

La música, una vez vista como una manifestación artística tangible, ha sido reducida a datos manipulables. Se ha creado una ‘No-Música’ que prioriza la cantidad sobre la calidad y el concepto. Así, el impacto de la Revolución Napster y el ascenso de Spotify han redefinido no solo cómo consumimos música, sino también cómo la valoramos y entendemos en la era digital. Spotify es el vivo ejemplo de que nos encontramos en un nuevo paradigma de la comunicación, y que la música es solo una de las ramas artísticas afectadas por este hecho, pero no la única.

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