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¿Quién narra al narco? O por qué ya no puedo romantizar los corridos sin vomitar
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¿Quién narra al narco? O por qué ya no puedo romantizar los corridos sin vomitar

Corridos Corridos

#IntraCassini es una sección donde el equipo de redacción de Cassini aborda un tema de interés propio con completa libertad, siendo un texto puramente opinativo, descubriendo el mundo de cada mente creativa.

Hace unas horas, alguien en este equipo escribió una defensa legítima del corrido como expresión cultural. Y tenía razón: el género ha sido espejo de la historia mexicana, de su violencia, de su resistencia. Se ha adaptado, sobrevivido, mutado.

Pero después del 11 de abril en Texcoco, ya no puedo hablar del corrido con la misma fe.

Luis R. Conríquez, uno de los nombres más sonados de los corridos, se subió al escenario de la Feria del Caballo y anunció que, por disposición oficial, no interpretaría sus corridos bélicos. La respuesta no fue un silencio incómodo. Fue una batalla campal. Botellas. Sillas. Heridos. Detenidos.

Todo, por dos canciones que no se cantaron.

¿De verdad seguimos creyendo que ‘solo es música’?

No fue un caso aislado. El 29 de marzo de 2025, durante el evento Los Señores del Corrido en el Auditorio Telmex de Guadalajara, Los Alegres del Barranco proyectaron la imagen de Nemesio Oseguera, alias ‘El Mencho’, mientras interpretaban un corrido en su honor. La Fiscalía de Jalisco abrió una investigación por apología del delito, y el Departamento de Estado de EE.UU. revocó las visas de los músicos involucrados.

Y solo unas semanas antes, Natanael Cano —figura clave del género tumbado— mencionó abiertamente a ‘El Mencho’ y ‘El Chapo’ en el Carnaval de Autlán, desatando críticas por normalizar figuras del crimen organizado desde el escenario.

¿Performance? ¿Provocación? ¿Error? ¿O el síntoma de algo que se nos fue de las manos?

Mientras tanto, en Teuchitlán, Jalisco, el colectivo Guerreros Buscadores descubría un presunto centro de exterminio operado por el CJNG: restos humanos calcinados, hornos, más de 200 pares de zapatos y objetos personales.

No, ahí no había conciertos. Pero la narrativa es la misma.

Las canciones coreadas en Coachella o TikTok se cruzan con las fosas clandestinas en más de un punto: el lenguaje, la estética, la normalización de la muerte como destino glorioso.

¿Y Peso Pluma? Ahí está, encabezando listas globales, siendo entrevistado por Jimmy Fallon, vistiendo Gucci, llenando estadios. Su voz – entre barras de fiesta y fuego cruzado –  es hoy uno de los productos culturales mexicanos más exportados. Y también el más incómodo.

Porque los corridos ya no solo reflejan la violencia: la visten, la venden y la vuelven moda. Y cuando el narco se vuelve aspiración pop, ¿quién pone el límite?

No estoy diciendo que Nata, Peso o Conríquez sean culpables directos de lo que pasa en Jalisco o Texcoco. Pero sí son los rostros más visibles de una narrativa que ya no solo observa, sino que seduce. Y todos estamos colaborando cuando no lo nombramos con claridad.

No se trata de censura. Se trata de conciencia. De saber que cuando defendemos al corrido como “identidad cultural” también estamos defendiendo todo lo que ha absorbido en el camino.

Y hoy, entre fusiles, Rolex, pick-ups blindadas y versos que idolatran al patrón, lo que el corrido refleja ya no es México… es la versión más distorsionada de su deseo de poder.

Si no lo decimos desde adentro, lo van a seguir gritando desde afuera.

Y si el corrido va a sobrevivir esta era, más vale que lo haga con la capacidad de mirarse al espejo sin bajar la mirada.

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