«Barrio fino» o la exotización de lo marginal
Si hace unos 10 o 15 años le hubiéramos preguntado a nuestros padres o abuelos que pensaban de los sonideros, la cumbia, el norteño o los corridos es muy probable que muchos nos respondieran que era música de nacos, de gente de rancho o sin educación, y claro eso sin mencionar el reggaetón:
Un género que desde su concepción tuvo la marca de Caín y era duramente criticado principalmente por los estratos sociales de la clase media alta en adelante, viéndolo con desdén y catalogándolo como lo más vulgar que podías escuchar. Y para ser honestos, ¿quién los podía culpar con canciones con títulos como rica y apretadita, noche de sexo y dónde están las gatas?
Ahora imaginen ustedes: ¿Qué habrían pensado esas mismas personas si les hubiéramos dicho que en un par de años esos géneros serían casi un símbolo de glamour, algo de moda y que estarían en los top chart a nivel mundial, ganando Grammys y demás premios importantes de la industria?
Es muy probable que se hubieran reído y nos hubieran llamado locos, porque, ¿cómo iba a ser posible que esa música de barrio, esa música de gente sin educación y buen gusto fuera a ser algo socialmente aceptada y popular? ¿Acaso estábamos diciendo que algún día esa línea imaginaria que divide los gustos musicales de las personas ya sea por su color de piel o su código postal iba a desaparecer?
Ojalá la respuesta hubiera sido sí.
Pero terminó siendo un poco más complicado que eso, porque en contra de lo que muchos podrían pensar respecto a la popularización no solo de la música sino de las costumbres, vestimenta y estilo de vida de ese sector de la población como algo positivo e incluyente, y, que pondría fin a años de discriminación y prejuicios como resultado de ese movimiento era algo inevitable. La realidad fue todo lo contrario.
Y es que lo único que se a hecho en los últimos años es exotizar un estilo de vida, el hacer de las experiencias del día a día de ciertas personas algo gracioso, irónico o aesthetic, porque antes el tener los zapatos sucios o llenos de pintura era algo exclusivamente de aquellas personas que no podían darse el lujo de comprar otro par y ahora marcas como Balenciaga o Nike sacan modelos emulando ese estilo porque claro, es lo chic.
Pero esto no es algo exclusivo de la ropa, también espacios de convivencia como las cantinas fueron alcanzadas por este blanqueamiento, así como el pulque y el mezcal, y es que no podemos culpar a la gente de querer disfrutar de cualquiera de esos placeres que tenemos en la vida pero, ¿de verdad se le puede llamar cantina a un local en medio de cualquier colonia fresa que vende platillos y tragos de más de $200?
La gente sin darse cuenta está haciendo el más claro ejemplo de la apropiación cultural, porque seamos honestos: A ninguna de esas personas en verdad les gusta el barrio, les atrae únicamente la estética de este, no le gusta la cumbia o el sonidero, les gusta verse cool para sus historias de Instagram o TikTok, no hay nada de malo con querer disfrutar de otros gustos y el explorar diferentes corrientes que son ajenas a ti, lo malo es cuando agarras algo y lo transformas sin el más mínimo respeto solo porque te pareció curioso o interesante.
Porque lo de hoy es que todos seamos barrio, pero en su versión light gluten free.