Etéreo y oscuro: Sigur Rós en GDL, catártico reencuentro con el pasado

Txt por Andrés Cassini (@cassinihuygen).
Ph por Desireé Ramírez (@desyfree).

Si hay algo que vende muy bien ahora mismo en el entretenimiento es la nostalgia; lo hemos visto en remakes de series, cameos en películas multiversales, regresos de emblemáticas agrupaciones y prácticamente cualquier indumentaria que no date a esta época.

No lo digo a mal, digo, está bien. Quizá se deba a la falta de propuestas innovadoras o que generen el mismo grado de apego que logramos con caricaturas que veíamos de niños o álbumes, lo que sea, pero es otro tema. A lo que voy es que es algo que se ve muchísimo, y hasta cansa.

Pero en ocasiones este «factor nostálgico» puede resultar en beneficioso, porque invitaría a la reflexión. Una de mis actividades favoritas. Recordar con cariño aquellas cosas que nos generaron en su momento algún apego y replantearte el presente que se tiene ahora, el cómo hemos crecido y qué ha sucedido.

Sonoridad incandescente

Sigur Rós en el TELMEX fue cuenta de ello. Me gusta usar la palabra «atemporal» para definir a esos artistas que de verdad de verdad no pasan de moda, o más bien, que se muestran vigentes aunque no saquen trabajos discográficos o salgan de gira. Pero con Sigur Rós no puedo usarla, porque no fue un concierto atemporal, porque requirió de centrarse en el ahora.

Las suaves notas vocales de Jonsi recalaron bien en el auditorio, de punta a punta, adentrándose directamente en los oídos de las 3600 personas consagradas en las butacas del recinto. Un concierto donde la mayor parte del público, al menos de platea hacia atrás, la pasamos sentados. Ad hoc, y sobre todo cómodo.

Es un sentimiento bonito, de relajación y reflexión, ver a toda la gente sin realizar algún movimiento brusco, fijos, con la cabeza hacia el escenario. No sé, lo intuyo como una muestra de real atención, y adentramiento al momento y situación que nos está tocando vivir.

Veía parejas abrazadas, grupos de amigos mirándose de a poco, y gente solitaria que no necesariamente estaba sola. Por la naturaleza de las influencias musicales de la banda, las atmósferas no faltaron. Una burbuja de amor y nostalgia nos enajenó de todo lo que ocurriera puertas afuera del TELMEX.

No importaba si se caía el mundo a pedazos. Sigur Rós estaba tocando en GDL después de tanto tiempo, y las miradas atentas de los adultos contemporáneos tapatíos comenzaron a recelarse y llenarse de lágrimas, o mínimo de roces en la garganta.

Luces oscuras y una esencia etérea. Sin rodeos. Gritos entumecidos, como si nuestros sentimientos más potentes estuvieran saliendo pero nuestra incomodidad y falta de confianza los retienen. Pero al final salieron, a la par de los instrumentos de los islandeses y los cánticos de Jonsi.

Sigur Rós. Foto por Desireé Ramírez (@desyfree).

Una historia propia

La música de Sigur Rós representa más que rock progresivo para los que crecieron con su música. Representa quizá su banda sonora en los momentos más felices o tristes de su vida. Hablé con varios amigos posterior al concierto y no hubo uno solo que dijera que no lloró durante el set de los islandeses. Todos contándome el por qué la banda fue tan importante para ellos y cómo su música los marcó.

Esto es algo que, con mis 21 años, no puedo definir a ciencia cierta, porque no fue mi caso. Pero fue lo bonito de este concierto de Sigur Rós en el TELMEX, que todo fue orgánico y adaptable. Todos hicieron propias las canciones tocadas allí, desde el clásico ‘Svefn-g-englar‘ hasta la emblemática ‘Festival‘, todas bajo su propio contexto y su propia historia.

Una historia contada desde lo más profundo del consciente que allí se desnudó por completo, musicalizada por las fibras tenues y -en ocasiones- pesadas de los islandeses. No se necesitó de parafernalia exagerada o siquiera de pantallas para dar mejor visión a quienes estuvieran lejos del escenario. Fue lo justo y necesario para la noche. No más.

Este fue de esos conciertos que no se repiten, y no porque hayan sido una bestialidad, eso lo define cada quien. Más bien lo digo porque la ocasión se prestó en el momento histórico adecuado: Provenientes de una pandemia, donde algunos perdimos algo, otros ganaron algo, muchas cosas cambiaron, personas se fueron. Pero sin embargo, acá estamos.

Ný batterí‘ sonaba de fondo cuando me puse a preguntarme esto, el cuánto ha pasado el cómo había cambiado yo mismo y todo mi alrededor. Desde el contexto pandémico o desde donde lo vieras. Ya nada era igual ni lo será, ni siquiera ese momento en que estuvimos sentados en la sección trasera del TELMEX.

Todo rota y se convierte en recuerdo a los próximos segundos de que sucede. Así es esto. Limpiarse las lágrimas y volver a caminar. A hacer más recuerdos.

Sigur Rós. Foto por Desireé Ramírez (@desyfree).

Mirada catártica

Sigur Rós en GDL replanteó muchas cosas, desde nuestros propios pensamientos y sentimientos, hasta la manera en la que un concierto minimalista puede llevarse a cabo. Sin mucha producción e indumentaria que podrían irse de largo con el concepto del show.

Sé que plantearlo de esta manera no abarcaría a todos los conciertos que se llevan a cabo en la ciudad, porque no todos se toman el tiempo de sentar a los asistentes y crear una atmósfera nata desde el primer segundo, pero se entiende a qué me refiero.

Me consta que no muchos olvidarán este concierto, significó mucho para muchos por la obligada mirada hacia el pasado, una mirada catártica sonorizada por los mejores que saben hacerlo, Sigur Rós y sus riquísimas atmósferas.

Sigur Rós. Foto por Desireé Ramírez (@desyfree).