#CoberturaCassini Pa’l Norte Día 02: Tame Impala y un festival de otoño con una propuesta ecléctica

La diversificación musical es importante en unos tiempos de tanta diversificación cultural, y más en este país que osa de una de las culturas más ricas del mundo. Que cumbia, que regional, que rock. Hay de dónde escoger. En Pa’l Norte pudimos notarlo, y más en su segundo día de actividades, donde las nubes decoraron el cielo durante todo el evento y fungieron como sombrillas para los a veces insoportables rayos del Sol de Nuevo León. El acceso fue igualmente bueno al anterior día. El viernes te ponían una pulsera que acreditaba que no estuvieses contagiado de COVID, con esta podías ingresar al festival de forma segura ambos días.

Las medidas sanitarias

Al igual que el día anterior, la ausencia de cubrebocas por parte de la gran mayoría de asistentes, así como de otra gran parte del staff sí daba un poco de incertidumbre de qué tan eficaz podría ser esta práctica. Muchos de estos asistentes ya se quejaban en el mismo festival acerca de estas medidas: “Gasté como $500 en pruebas y ni las revisaron en la entrada”, u otros que afirmaban tener su certificado de vacunación al pie de la letra y que no se les revisó correctamente: “No me leyeron el código QR del certificado -de vacunación-, no me quiero ni imaginar cómo habrá pasado la mayoría de gente”.

Por otra parte, era recurrente ver a vendedores de cerveza sin portar el cubrebocas, o aquellos que se dedicaban al audio o las luces. En cierto punto de ver a tanta gente en un espacio muestral tan pequeño y sin cubrebocas te da la oportunidad de olvidar por un par se segundos que aún vivimos un momento de deserción y pandemia. No habría que bajar la guardia, solo esperemos que no haya casos positivos en los próximos días provenientes del festival.

De vuelta al ruedo

Hubo un par de shows que marcaban el regreso de artistas a las tarimas, y decir nombres uno por uno nos llevaría aquí todo el día, así que quedémonos con ese dato crudo, y pensemos en que los conciertos están regresando. No de manera escalonada, pero regresando. Llegando al segundo día, y una vez pasando los filtros del acceso, Boy Pablo se postraba sobre el escenario principal muy temprano por la tarde.

El lodo se acumulaba en los zapatos de los asistentes que, a diferencia del día anterior, ya usaban como mínimo una sudadera o chamarra encima. Las lluvias podrían descender en cualquier momento y acabar con la diversión. Sin embargo, el chileno-estadounidense, junto a su banda, mostró muchísima empatía por el amplio público ya presente durante su set. Entre brincos, risas y gritos, la euforia se notó en un ambiente jovial y bastante sentimental por parte de Boy Pablo.

De vuelta al escenario Oasis, donde propuestas de trap, rap y reggaetón tuvieron cabida, ya hacía Simpson Ahuevo su demostración de la nueva escuela del hip-hop mexicano, donde no es necesario venir de un barrio marginal o consumir sustancias nocivas para abordar el género. En cambio, con ropa de “rancho” y un sombrero, Simpson Ahuevo, desde Sonora, presentó un set variado, desde el clásico rap que lo ha caracterizado en sus primeros años, como la propuesta más melosa y pop de sus últimos trabajos.

Uno de los actos más esperados fueron los Whitest Boy Alive, y no decepcionaron; aunque temprano, el escenario principal les sentó bien, y más con el clima. Las pantallas que aunaban a la experiencia más allá de lo sonoro en el festival comenzaron a fallar, resultando en una oleada de risas y burlas al personal encargado, mismas que hicieron notar un poco incómodos a los músicos.

Intrigaba bastante la adición de Lila Downs al cartel de un festival tan inmenso como lo es Pa’l Norte, pero no sorprende, y da gusto. Las voces femeninas son ese punto que debe reforzarse en los festivales nacionales; Lila alzó la voz en pro de las mujeres desaparecidas, ante los discursos de odio en contra de las etnias indígenas y un par de injusticias más, portando su característica vestimenta autóctona que resalta las raíces de los pueblos indígenas de México.

Necesaria amplitud musical

Hace un par de años era imposible pensar en la posibilidad de ver algún acto de trap o reggaetón seguido de uno de rock en México, y es que los llamados “puritanos” no permitían estas cohesiones entre géneros o sonidos estilísticamente diferentes. Eso terminó hace años, y aunque a algunos no les parezca una decisión correcta, es necesario para un desarrollo cultural más grande y unificado, como cultura nacional y patrimonio personal.

En Pa’l Norte esto se viene dando desde hace varios años ya, alternando entre exponentes actuales del reggaetón o rap y leyendas vivas el rock. Una coexistencia sana entre músicos. Gracias a esto, el show doble de Piso 21 y Mau y Ricky se dio ya caída la noche, convirtiendo al escenario principal en un desfile de gente bailando como si de un centro nocturno se tratase. La inclusión del reggaetón en festival masivos en México ha sido un éxito garrafal, y las caras de los asistentes lo demostraban.

Este arsenal siguió con Danny Ocean, un escenario más al lado del principal, pero sin restarle importancia. Aquel escenario -Tecate Original- se convirtió en una fuente al estar completamente encharcado con un par de “tarimas” de plástico con agujeros en ellas. Al pisarlas, había la posibilidad de salpicar y mojarte prácticamente todo, y con el frío de aquel día no era algo que mejorara las cosas.

Pero volvieron, desde Venezuela, Danny Ocean comenzaba estruendoso su set, con lo mejor y más destacable de su carrera, mostrando un cariño inmenso hacia sus fans, mismo que afortunadamente fue recíproco, pues alcancé a divisar un letrero que decía “Danny Ocean, ¿puedo ser tu babylon girl?”, además de los incesables gritos de la audiencia en todo momento del show.

En el escenario principal ya comenzaba The Kooks, quienes nos adelantaron durante su rueda de prensa que están ya trabajando en un nuevo disco, y que esperan que no tarde en ser lanzado. También se mostraron felices de celebrar el quinceavo aniversario de su álbum debut, y agregaron que les es un poco raro voltear al pasado y ver todo lo que han cosechado, ver cómo han crecido y cómo toda su percepción del mundo ha cambiado, para bien.

Sobre la tarima, la banda inglesa regresó a Monterrey dando un show para la fanaticada más adepta a sus temas, interpretando canciones que ya se denominarían clásicas de los 2000s y que acompañaron gran parte de la vida de los millenials. Química mutua. Añoranza y nostalgia en un mismo set frente a decenas de miles de personas.

La recta final

Para finalizado su presentación 21:00, el escenario principal no tenía capacidad para albergar otro alfiler más. Voltearas hacia donde voltearas, sombreros y tejanas y divisaban en el panorama, como bien reza la canción de Alejandro Fernández, quien seguía para casi cerrar las actividades del segundo día. De lejos se veía quiénes iban exclusivamente por el tapatío, sin prejuiciar.

Concretada la hora de espera, Fernández salió a escena con la full band más extensa que haya tenido el festival entero. No se necesitaron grandes efectos visuales o recursos tecnológicos para enriquecer el set, Alejandro supo lidiar y llevar sobre sus hombros el peso de ser el headliner nacional del evento, con creces. Un gran show, variado, y tocando todas las partes importantes de su carrera, desde su época donde el mariachi predominaba hasta su reciente faceta inmiscuida en el pop más meloso y mainstream.

Posterior, fue necesaria otra hora de espera por el acto estelar del día; una total euforia y candela, candela en el buen sentido, porque el cumulo de personas realmente juntas disipaban el frío, algo bueno teníamos que sacar del mar de gente postrada a los pies del escenario principal.

Las ansías carcomían a todos a mi alrededor; volteaban bastante seguido a ver su celular y apenas habían pasado pocos minutos desde la última vez que lo hicieron, hasta que Tame Impala comenzó su set, avisando, mediante sus visuales, que el viaje había comenzado, bajo un concepto de una inoculación, advirtiendo los efectos secundarios de esta dosis. Una odisea pandémica pero bien ejecutada teniendo en cuenta la naturaleza psicodélica de los australianos.

El juego de luces no paró en la próxima hora y media de show. Desde sus más recientes canciones de The Slow Rush (2020) hasta alguna para los fans más adeptos, Tame Impala cerró de gran manera el segundo día del Pa’l Norte, con unos visuales hipnóticos, además de su espectáculo sonoro y visual con el aro de luces encima de ellos que interactuaba con las canciones haciendo de este un show temático, en forma de parábola, comenzando tranquilo, llegando a su clímax en los momentos más álgidos y cerrando de forma paranoica y melancólica, como todo este viaje al que llamamos Pa’l Norte.

Es aún raro pensar que volvimos a las andadas, luego de 20 meses, esta espera se veía aún más larga. Hubo quienes apostaron en que este regreso a los festivales o conciertos tardaría más de lo acordado, pero afortunadamente no fue así. Habrá que terminar de pulir algunos detalles más como las cuestiones sanitarias y de aforo controlado, pero fuera de todo esto, Pa’l Norte refundó nuevamente el concepto del festival ecléctico en México, pero no del todo, pues aún tiene mucho por exprimir y experimentar. A ver qué pasa en su próximo edición, que ojo, será su décimo aniversario.