Así vivimos el concierto de Bad Bunny… desde afuera

Quiero una miche o un azulito, pero una miche apenitas estaría con madreeeee —, mi soliloquio se centraba en ese deseo, y era en lo único que podía pensar cada vez que pasaba por un puesto donde se expendía alcohol. Requería algo que me calmará para poder desinhibirme porque todavía seguía sin procesar lo que me deparaba esa noche.

Mi deseo se desbordó cuando pasé por el 7Eleven del Circuito Estadio Azteca, ya que en el espacio designado para estacionarse, se erigían tres lonas blancas, y se avistaba un conglomerado eufórico que escuchaba a Plan B con un bocinón mientras bebían algo de alcohol. —Wey, neta quiero una miche, muy neta —, me decía internamente.

World Hottest Tour

Tratando de ubicar el acceso por la Puerta 01 tuve que rodear todo el Estadio Azteca y pude apreciar bien las dinámicas que -de cierta forma- también se integran a la experiencia cuando se asiste a un concierto.

Perdí la cuenta de los revendedores que estaban ofreciendo boletos; si hubiese tenido más tiempo me hubiese acercado a ver las yeras sólo para comprobar si sí era serigrafía y ver mejor cómo se veían impresas las tintas en la tela.

Si hubiese sido de otra forma, me hubiera comprado unas papas a la francesa y posiblemente me hubiera sentado a matar el tiempo viendo a las personas ingresar al ‘Coloso de Santa Úrsula’.

Sin embargo, si todo hubiese sido distinto, y en el peor de los escenarios, tendría que haber vivido todo lo acontecido el viernes -durante la primera fecha de Bad Bunny– y evidentemente no lo quería padecer, así que todo se estaba dando de otro modo. Realmente nadie quería que se dieran así los hechos, y tampoco se esperaba que hubiera tantas personas sin acceso al Azteca. Mi reflexión se vio interrumpida porque era imperante encontrar la Puerta 01, y al parecer sólo me estaba paseando.

Retrocedí en mis pasos y volví a estar cerca del Seven; el ambiente se percibía rico, bien a gusto y se me antojaba mucho. Sólo que en esta ocasión no asistí al evento como fanática porque yo venía a trabajar, y con ese precepto me acerqué a la -mentada- puerta número 01 a que me acreditarán.

Mi nombre era el primero en la lista de cámaras y fue fácil ubicarme. Posteriormente, me concentraron con otrxs fotógrafxs y comenzó la espera. Vi ingresar algunas Chevrolet Suburban -blindadas-, Urus, Mercedes G Class, BMW Serie M y algunos autos deportivos buscando dónde aparcar para poder dirigirse a los palcos a disfrutar del gran evento de esa noche.

Pasé alrededor de una hora y media esperando, no me pareció molesto, y hasta eso, lo disfruté. Me gustaba ver a todas las personas desfilar, pero mis favoritos -por mucho- eran los hombres que portaban traje, corbata y oxfords.

Me parecía interesante verles vestidos de tal forma porque imagina lo incómodo que sería perrear con una vestimenta tan rígida; aunque puede que no fuera algo incómodo, o bien, ni siquiera iban a perrear, sólo estaba especulando.

Me gusta mucho especular, y el concierto de Bad Bunny me estaba dando material para generar -una suerte de- pequeñas apuestas conmigo misma, que en ciertos casos compartía con las personas cercanas. La primera de ellas se había cumplido, y había ganado, porque ya estaba adentro del recinto sin complicaciones.

Caminando por el túnel 05 al dirigirme a la cancha, que se estableció como general, volvió mi deseo de tomar algo gracias a los vendedores de cerveza que estaban ofreciendo el líquido a todo aquel que pasara.

No obstante, se me seguía apeteciendo más una miche del 7Eleven. Di unos cuantos pasos más, y ya estaba dentro del house. La segunda apuesta se estaba formulando, básicamente era comprobar si sí podría sacar fotos a la distancia a la que me encontraba; me mantuve optimista y ya con un lugar elegido quise creer que sí, y tuve fe.

Ni bien ni mal

Y nuevamente a esperar, quería ralentizar ese momento porque bien sabía que después de la tercera canción no podría estar más en esa posición, y ya no habría reingreso. Esa era mi apuesta más importante, saber si vería todo el show de principio a fin.

En ese lapso hablé con un vato que pagó cerca de 20 mil lanas por estar ahí con sus dos acompañantes; y me quedé anonadada cuando vi que las gradas se llenaron en su totalidad. Mi dilación fue sonorizada por Camila Cabello y otras canciones sumamente ‘La-Tinas’. Yo quería escuchar algo de marroneo, pero al parecer el DJ encargado de amenizar el evento y yo no congeniamos en las complacencias.

Fueron quince minutos o más, no sé, no tomé el tiempo porque sólo me centré en volver la cámara una extensión de mis ojos. Ni grabé varios fragmentos de las canciones que pude escuchar: ‘Moscow Mule‘, ‘Me Porto Bonito‘, ‘Efecto‘ y cuando reparé, mi tiempo se acabó.

Nos fueron escoltando a la salida y en un ejercicio de acusmática logré escuchar mis canciones favoritas: ‘La Corriente‘, ‘Ni Bien Ni Mal’ y ‘200 mph’. Había transcurrido, al menos, más de una hora de concierto cuando salí del Coloso. No obstante, se sentía distinto a la primera vez que llegué a ese acceso.

Pude ver el flujo de gente que entraba y salía; específicamente vi cuando arribaron un grupo de 15 personas que ingresaron sin ser acreditados escrupulosamente ya que sólo bastó con una frase —en inglés— de una mujer, y en cuestión de segundos, ya estaban adentro.

La apuesta más importante la había perdido, y ya no pude regresar al concierto de BadBo, pero en la espera vi cómo fueron llegando todos los encargados de sostener la logística del evento. No tengo el número exacto de cuántos trabajadores de LOGRA se habían formado para esperar ingresar al recinto.

Me pareció divertido y funesto el contraste de las personas que ingresaban por esa puertita. Los invitados y los acreedores a los palcos siguieron llegando pese a que ya había transcurrido más de la mitad del concierto. Me di el tiempo de quedarme un rato más, pero al igual que muchos fans me quedé sin poder acceder, otra vez.

Qué safaera

—¡Ándele! Dígale a su hija que pase a mi chamaca, si tiene oportunidad —, fue lo primero que mi papá me dijo al acercarme a él después de terminar el jale. Un padre abrumado se acercó al mío, y en un acto de fe o desesperación le soltó la petición justo después de que me dejara en la fila de prensa e invitados. ¿Qué es todo aquello que haría un fan por su artista favorito?

No lo sé, pero alrededor del Azteca se sentía un halo de decepción y un dejo de tristeza. También se podía palpar el regocijo. Quería unas papas a la francesa y la miche, o al menos mi azulito, pero a la vez ya no. Sentía un sabor agridulce en la boca.

Comencé el trayecto de regreso y pude ver a varios grupos de personas concentrados muy cerca de los huequitos dónde el sonido se podía apreciar mejor. Sin embargo, en comparativa el acontecimiento tenía a dos públicos completamente distintos.

Afuera y adentro. Respecto al primero, no se veían celulares grabando -bueno, no había nada que grabar-, pero la gente era un verdadero corillo que cantaba y perreaba. El frío calaba con fuerza, sí, pero no amedrentaba. Los de afuera compartían la misma emoción de todos los presentes que se encontraban al interior, aunque sólo podíamos oír los gritos ensordecedores que emanaba el Estadio Azteca.

La gente estaba tomando cerveza y azulitos en vía pública, en frente de policías sin reprimendas, se habráse visto eso antes. De un estado basal, y hasta liminal, se tornó a todo lo contrario cuando escuchamos las instrumentales de ‘Safaera’ —Qué diablo’ —que salían al stage Jowell y Randy junto con Ñengo Flow. Me carcomía el FOMO. Sin embargo, sólo era eso, un miedo a perderme algo que estaba viviendo sólo desde otra perspectiva.

La gente situada afuera como la de adentro cantó al unísono «SI TU NOVIO NO TE MAMA EL CULO…» y comprendí que de eso va un concierto. Estás, sí, estás porque el sonido te envuelve y porque estás escuchando. Aunque, oír es obedecer. Qué pinche, ¿no? Supeditarnos a estar -obligatoriamente- dentro de un recinto para poder ver al artista tocar en vivo, aunque de este modo relegamos al oído y tenemos que priorizar la vista. Estás, estamos, estoy escuchando música interpretada en vivo. De esto se trata un concierto: De escuchar.

Mi introspección se vio interrumpida gracias a una señora que vendía orejitas de conejo que eran luminosas, y que al transitar iba pregonando —Llévate el recuerdo por si no lograste entrar— y obviamente me llevé mi souvenir. Seguí caminando, me faltaba todavía un buen tramo para llegar a la Avenida del Imán, y paulatinamente la afluencia de público se fue aminorando, a la par que se volvía imperceptible el sonido que procedía del Azteca.

Sólo se escuchaba bien clarito la pirotecnia que iluminó de colores el cielo. Luego me enteré que el público le cantó ‘Cielito Lindo’ a Benito y me dieron náuseas porque la canción ni siquiera habla de México.

Para ese momento, sentí frío de ese que paraliza y que sientes que se enraíza a tu cuerpo y supe que mi viaje a casa apenas comenzaba. Mi papá agradeció que saliera antes para evitar el tráfico, y para no estar presentes cuando las dos vialidades principales colapsaran.

Un verano sin ti

Entrando a Periférico, mi mamá comenzó a contarme sus impresiones y a describirme a las personas que se mezclaban en los accesos, pero particularmente una pareja le llamó la atención: Una madre y su hija adolescente.

La señora situó a su retoño en un punto bien específico donde sí se alcanzaba a escuchar bien el concierto. La dejó sentada mientras la mujer se disponía a recolectar latas de cerveza y refresco diseminadas alrededor del Sol Rojo de Alexander Calder, y en toda la explanada, para juntar todas en una bolsa enorme.

Transcurrido el tiempo la señora volvió por la joven y las dos se abrieron paso entre las personas, sin antes preguntarle una a la otra si había escuchado bien. La chica contestó que sí, y siguieron caminando entre el gentío.

Me pegó el darme cuenta, otra vez, y en un ejemplo tan palpable cómo un evento tan simbólico cómo es un concierto lo atraviesa la raza y clase. Y no sólo eso, en menos de tres horas logré una inmersión en un microsistema social, obviamente con sus desigualdades bien marcadas. El ambiente dentro del Coloso de Santa Úrsula y fuera de este, eran tan contrastantes, que sólo podía pensar en Benito.

Y me pregunté —más allá de esa tensión tan necesaria y tan estéril de demostrar quién es el fan más real  y el más feka— si él pudiera elegir a su público, ¿con cuál se sentiría más cómodo y se desenvolvería de forma más natural? Aquellos que documentaron todo el show, y que posiblemente hasta antes de la pandemia les daba escozor el reggaetón; o todos los fieles seguidores, promotores y consumidores de reggaeton desde hace años que no consiguieron acceso y que se tuvieron que quedar sin verlo.

No lo sé, y posiblemente no lo sepa en un futuro próximo porque a lo mejor no existe una respuesta. Más allá de la discusión de las prácticas desleales, y sí, violentas por parte de la famosa boletera estamos de cara a un problema que ha venido in crescendo: La privatización del entretenimiento.

Monopolio

Los eventos culturales y el arte siempre han sido por y para las élites, y al menos yo, no me conformo con seguir replicando esa máxima. La democratización tanto del arte como del conocimiento es más que imperante en estos momentos porque la violencia simbólica se sigue reproduciendo, las chichis en un festival del reggaetón qué.

Personas que no podían costear un boleto, incluso ni uno con vista limitada, se tuvieron que conformar a permanecer en la periferia del estadio para escuchar; mientras que a influencers de plataformas virtuales tuvieron all access y estuvieron en la mejor localidad.

Me parece deleznable que un acontecimiento para divertirse y subvertir el ritmo apremiante y asfixiante de la rutina se está convirtiendo en la moneda de cambio para acumularon status o generar «presencia virtual» -no me refiero únicamente al uso de las redes sociales- porque el evento pasa a segundo plano, y se reduce a algo nimio y hasta banal.

No sin antes, se evidenció que un concierto comienza a generar un malestar que inicia desde el anuncio de las fechas, que aumenta con la venta de boletos, y que después del tiempo de espera, la incertidumbre aparece porque no se sabe si se podrá acceder.

El capitalismo se ha encargado de arrebatarnos una manera de disfrutar, y la oportunidad de ser libres a través de la música. No creo que exista una licencia que nos acredite para poder asistir o no, a tal o tal show, y mucho menos estoy proponiendo que sea necesario implementar el uso de condicionantes porque limitaría la oportunidad de conocer y expandir nuestros gustos y conocimientos.

La reflexión radica en si realmente lo que decidimos ver, leer, escuchar y consumir vale la pena para rasgarnos las vestiduras. Seguro que sí, pero mientras siga existiendo la asimétrica relación de productor-consumidor, no debemos sorderarnos, y debemos de exigir una regularización, al menos, para dar pauta para la democratización de los eventos culturales antes que privarnos de asistir a estos.

Pese al ritmo acelerado al que vamos, sería lamentable que dejáramos de ir por qué o no nos alcanza para un boleto aunado a la inversión que conlleva asistir a un concierto, o simplemente porque ya no alcanzamos a comprar una entrada (aunque el día del evento el recinto no se ocupe en su totalidad).

—En verdad, deseaba que Bad Bunny se hubiese posicionado ante lo sucedido con los accesos de sus fechas en la CDMX—, pensaba antes de que mi papá me cortará mi momento meditabundo para preguntarme si quería pasar a cenar tacos.

La respuesta era obvia porque ir a trabajar cansa, aunque no me quedará todo el concierto. Tenía noción de lo que pasaría, y mi capacidad de asombro se había reducido bastante. Ya sabía que iba a ocurrir, que canciones tenía que cantar, y a quiénes tendría como invitados.

Regresó el FOMO que no era muy intenso, pero tampoco imperceptible, pero que poco a poquito comenzaba a crecer dentro de mí, pero lo pude disolver. Me consoló el saber que sí le había podido tomar fotos, y que le había visto aunque fuera sólo un ratito.

Su retiro anunciado para el próximo año es necesario y merecido. No se nos fue en verano y no nos vamos a quedar sin el conejo malo, o eso espero. Gracias Benito por provocar tanto en tantos. —No hay pedo, ahorita ves cómo se puso el concierto en Instagram y TikTok—,me dije para aliviarme y funcionó. Cerré los ojos, y me dieron más ganas de tomarme una miche y de estar escuchando a Bad Bunny en alguna playa; que si eso pasará antes de terminar el año, sí empezaría el 2023 bien cabrón.